Para el primer hijo, dueño y señor de nuestro amor, no es fácil aceptar la llegada de un nuevo personaje que, al principio, le desplazará sin remedio a un segundo plano. Le hemos informado con toda claridad sobre la llegada de un hermanito, hemos respondido a todas sus preguntas, hemos intentado integrarle en los preparativos y hemos tomado todas las precauciones posibles para que no se sintiese desplazado.
El reajuste es complicado, pues supone, inevitablemente, un desplazamiento. Esto constituye un trance doloroso y difícil que nuestro hijo celoso tendrá que atravesar. Y para ello, necesitará toda nuestra ayuda.
Para aliviar los celos del niño hacia el bebé, hay que comprender las diversas manifestaciones de este sentimiento. Hay pequeños que expresan su agresividad hacia el hermano abiertamente, sin reparos. Es el caso de Raquel, de cuatro años que dice que odia al bebé y que amenaza con marcharse de casa.
Algunos pasan a la acción
Es decir, atacan al recién llegado, le dan un mordisco «de amor» o le golpean la cabeza «sin querer». «Un día, encontré a Rodrigo sujetando a la niña por los pies e intentando colgarla cabeza abajo», cuenta su madre lógicamente alarmada.
Lo que puede parecer un tierno beso del mayor a su hermanito puede convertirse en mordisco en un abrir y cerrar de ojos. Por ello, no nos conviene bajar la guardia.
A veces, hay amores que matan
Otras veces, el odio no se descarga en el bebé sino que estalla, por ejemplo, en la guardería. El pequeño celoso empieza a pegar a los demás niños, les quita sus juguetes, tiene fuertes rabietas…
También puede ocurrir que la agresividad del niño se vuelva contra la madre –a sus ojos, la culpable de esta injusta situación– y se porte mal con ella o prefiera estar sólo con el padre. Puede optar asimismo por comportarse como un bebé (al fin y al cabo, parece que así le hacen más caso a uno). Este es un síntoma bastante frecuente: el niño se chupa el dedo, habla de una forma más infantil, lloriquea y se aferra a nosotros.
No obstante, hay que estar muy atentos a los pequeños que no son capaces de expresar su rabia y su dolor con palabras o tortazos y empiezan a presentar manifestaciones psicosomáticas. Es decir, cuentan lo que les pasa a través del cuerpo: se hacen pis, se muerden las uñas, tartamudean, tienen trastornos digestivos o no duermen bien.
Mi mamá es sólo mía
Por último, hay que prestar especial atención a los niños que reaccionan tornándose encantadores, dulces y obedientes. Esta reacción, lejos de ser la deseable, es una luz roja para los padres. Lo más probable, es que el pequeño no se sienta muy seguro del amor de sus progenitores y tema perderlo totalmente si se porta mal.
No conviene que el primogénito, al menos al principio, presencie todos los momentos de acercamiento entre la madre y el bebé, las miles de atenciones y cuidados que todo recién nacido necesita. Por ejemplo, no es recomendable amamantar delante del pequeño rey destronado durante los primeros días.
Sus celos se agudizarían, lógicamente, y se sentiría herido y abandonado al observar un contacto tan íntimo entre su mamá y el «intruso». Sería mejor que el niño estuviese entretenido en alguna otra cosa, que fuese de paseo o alguien jugase con él. Pero si insiste en estar de testigo, debemos dejarle.
Y si, de pronto, muestra nostalgia del paraíso perdido y desea probar un poco de la leche que ahora se lleva otro, podemos darle una gota con la mano para que compruebe por sí mismo que el zumo o el refresco están más ricos.
Sabemos que repartirnos equitativamente entre los dos no es sencillo pues atender al bebé lleva muchas horas y trabajo. Por consiguiente, disponemos de menos tiempo para ocuparnos del mayor. Pero es importante que el niño sepa que hay amor suficiente para los dos.
(Continuamos la semana que viene).