Los amigos de los adolescentes es uno de los temas más frecuentes de discusión entre éstos y sus padres. Y es que no todos los amigos de nuestras/os hijas/os de esa etapa son inofensivas/os. Tampoco son todas/os son peligrosas/os. ¿Cómo podemos distinguir unos de otros? «Tu madre no lo dice/ pero me mira mal/ ¿quién es el chico tan raro con el que vas?». Así canta en uno de sus grandes éxitos Loquillo, un rockero bien conocido por nuestros adolescentes. Muchas madres y padres, en cambio, sí que lo dicen al tiempo que miran mal.
Efectivamente, los amigos y amigas de un chico o chica adolescente influyen no sólo en cómo se vista, en cómo lleve el pelo y en la música que escuche, sino también en su conducta sexual, en que use o evite las drogas, el alcohol o el tabaco, y en que le importen sus estudios o “pase” de ellos. Antes de que un joven llegue a ser independiente, pasa por una etapa en que la fuerte influencia de sus padres es sustituída por una fuerte influencia de sus compañeros. Así pues, no les falta razón a aquéllos cuando temen a la influencia de las “malas compañías”.
Sin embargo, el poder de los compañeros no es total, y la mayoría de las/os chicas/os sigue teniendo fuertes lazos con sus padres. Estos cuentan más de lo que ellos mismos creen, en especial en lo que se refiere a problemas y valores importantes. Pero es cierto que sus iguales cuentan mucho. La elección de los amigos es para el adolescente un acto de afirmación personal. En ellos se reconoce y con ellos se identifica. En esta edad dominada por la inseguridad y la incertidumbre, la pandilla constituye una referencia fundamental.
Para los padres, los amigos de sus hijos son a veces los desconocidos que les provocan miedo o al menos inquietud. Se dan cuenta de que su influencia alcanza a su forma de comportarse y de ver la vida. El joven imita su modo de vestir, sus opiniones y su modo de plantearse el futuro. La aprobación de los amigos llega a ser incluso más importante que la de la familia.
Está, pues, justificada la preocupación de los padres por las amistades de sus hijos, especialmente a esta edad. Pero también es un tema que requiere un cuidado exquisito. En primer lugar, para no hacer juicios erróneos. El hecho de que el amigo de nuestro hijo lleve largas patillas, use pendientes o se vista a lo ‘grunge’ no le convierte automáticamente en un individuo peligroso.
En segundo lugar, un intervencionismo poco hábil por nuestra parte puede complicar las cosas, más que arreglarlas. Lo de invitar a todos los amigos para mostrar nuestra aprobación por unos y criticar a otros puede hacerle reaccionar vivamente contra lo que considerará un intento de manipulación por nuestra parte.
También puede enfadarse si queremos imponerles a los “hijos de amigos”, aunque lo hagamos con la mejor intención. Debemos mantener un delicado equilibrio entre protegerlos y no coartar su libertad. Cierto que si un chico se siente emocional-mente desatendido por su familia puede hacerse susceptible a influencias negativas externas y verse implicado en conductas peligrosas (droga, alcohol, actos temerario, etc). Pero tampoco podemos evitarles algunos riesgos. Explorar el mundo y valerse por sí mismos incluye el hacer nuevos amigos, conocer nuevos ambientes, juzgar y elegir a unas personas, evitar a otras. Todo ello plantea retos que les ayudan a crecer. No tendría sentido encerrar a nuestros hijos en una urna de cristal.
Recordemos que cuando existen unas buenas relaciones familiares y nuestros hijos se sienten emocionalmente apoyados, las influencias del exterior se equilibran con la nuestra. Es más, aunque las formas puedan confundirnos, los valores que les hayamos inculcado acabarán prevaleciendo en lo fundamental.
Aunque no podamos negar la influencia de otros factores (desequilibrios personales, marginación social), las auténticas “malas compañías” es más fácil que echen raíces serias cuando hay problemas importantes en el funcionamiento familiar. Cuando los jóvenes necesitan concretar el malestar provocado por un ambiente que no les permite desarrollarse favorablemente. Por el contrario, unas relaciones familiares sólidas, en las que nuestro adolescente encuentre control pero también diálogo, afecto y refugio, son la más eficaz muralla contra las verdaderas “amistades peligrosas”.