Cuando «el nuevo» hace su entrada triunfal en el hogar, el primogénito estalla sin remedio en una tormenta de celos. Compartir el cariño de mamá y papá no le hace ninguna gracia, se siente inquieto, herido y furioso. Hasta ahora él era el rey de la casa, el centro de atenciones y mimos. Ahora, en el puzzle familiar hay una nueva pieza y hay que recolocarse para continuar viviendo juntos. No se trata de disimular el amor hacia su hermano, sino demostrar que hay para los dos.
De nuestra actitud depende que, con el tiempo, los hermanos se acaben queriendo. Y es que, aunque no dé problemas, el pequeño está sufriendo igualmente. Sea cual sea la manera de expresar sus sentimientos, debemos comprender que nuestro hijo está pasando por una crisis. Tenemos que hacer, por tanto, todo lo posible para no echar más leña al fuego.
Prevenir dramas mayores
En primer lugar, es fundamental demostrarle que nos da mucha alegría estar juntos otra vez y que le seguimos queriendo como siempre. Es decir, que tenemos bastante amor como para repartir entre los dos hijos. Hay que escucharle cuando desee contarnos lo que ha hecho en la escuela infantil o enseñarnos todas las cosas nuevas que aprendió.
Al principio, será muy difícil seguir realizando con él las cosas tal y como las hacíamos antes. Pero es importante que nos tomemos tiempo para explicarle el porqué de la negativa a su demanda o de la demora en atender a sus pedidos. Por ejemplo:«Ahora tengo que cambiarle los pañales al bebé porque está sucio y se siente molesto. Cuando acabe y se duerma, jugaremos juntos un rato largo».
Es recomendable hacer hincapié en las ventajas de ser mayor. Podemos pedirle que nos ayude a cuidar al recién nacido, que nos alcance la toalla o la leche para preparar el biberón. Incluso podemos «consultarle» sobre alguna cosa relacionada con el recién nacido como, por ejemplo: «¿Crees que llora porque le duele algo o porque tiene sueño?».
Cuando nos ayude, le daremos las gracias efusivamente y le elogiaremos, expresándole lo útil que nos resulta su colaboración y lo orgullosos que nos sentimos de él. Pero si el niño siente que ser mayor no le reporta ventajas, no tiene interés en cooperar y se comporta como un bebé para que le hagamos más caso, tendremos que permitírselo.
Frases que entorpecen
Las frases como:«¿Por qué hablas como un bebé con lo mayor que eres?» o «tú ya eres una mujercita, pórtate bien» no le ayudarán en absoluto. Si le dejamos ser un bebé, antes se dará cuenta de que le queremos igual que al otro pero que ser tan pequeño es más bien aburrido.
Es importante contar con la colaboración de los familiares, no sólo para que nos puedan echar una mano en un momento dado sino para que procuren prestar más atención al mayor y no deshacerse en carantoñas al bebé en cuanto llegan a casa.
Tampoco es el mejor momento para enviarle por primera vez a la escuela. El niño lo interpretaría como que nos lo queremos quitar de encima. Y, lógicamente, se adaptaría mal al nuevo entorno.
Culpas fuera
Cuando el príncipe destronado se siente invadido por los celos, no quiere al bebé y, es más, no puede ni siquiera imaginar que con el tiempo va a sentir amor por él. Si le decimos:«es tu hermano y tienes que quererle mucho», el pequeño celoso se sentirá culpable por los nefastos sentimientos que alberga.
Hay que comprenderle e, incluso, ponerse de su lado. Explicarle que sabemos que esto es un engorro pero que estamos seguros de que cuando crezca serán buenos amigos. El mejor calmante para los celosos es, sin duda, demostrarles que nuestro amor es y será incondicional.
Ha llegado un invasor
Tenemos que ser muy prudentes a la hora de prodigar nuestro afecto hacia el bebé cuando el otro está en crisis. Si una noche nos llevamos al chiquitín a nuestra cama y el mayor también quiere unirse al grupo, habrá que hacerle sitio. O los dos o ninguno.
No podemos dejar que el hijo celoso imagine que su lugar en el corazón de los padres ha sido totalmente ocupado por el hermanito. Se sentiría profundamente herido y su reacción sería de hostilidad hacia el invasor que ha trastocado toda su estabilidad emocional.
(Para leer la primera parte pincha aquí).