Cómo mejorar la inteligencia emocional de nuestras/os hijas/os (2 de 2)

¿Te/os has/habéis preguntado alguna vez ¿qué puedo/podemos enseñarles a los hijos para ayudarles a a ser emocionalmente más maduro/s? Enseñarles a conocer cada emoción, y saber manejarlas, hacer un buen uso de ellas, es una de las mejores herencias que podemos dejarles en el futuro. Y por eso repasábamos la semana pasada algunas pautas al respecto.

Un tercer consejo es alimentar los mensajes positivos y cultivar el optimismo. El ser humano, por lo general, tiene un sesgo natural hacia el pesimismo y el pensamiento negativo. Esto es así porque evolutivamente nos ha sido más rentable pensar mal y tener miedo a fin de sobrevivir. Dicho de otro modo los que han sido más cautelosos y temerosos han sobrevivido más que los que han confiado más (“piensa mal y acertarás”).
 Esto supone que, en general, nos es mucho más fácil construir y auto-enviarnos mensajes negativos que positivos.

Mensajes en positivo

Esta tendencia natural en un medio tan cambiante, variable y diverso como el que vivimos hoy; con tantas fuentes de información y tantas demandas como tenemos a menudo no resulta adaptativo y puede resultar bloqueante (el miedo es la más potente de las emociones, y la sobre-preocupación es su “alfombra roja”). Por eso hay que aprender, desde pequeños, a cambiar de forma intencionada e incansable los mensajes en positivo. Hay que aprender a darle la vuelta a las cosas con frases que funcionen como “dulcificadores” o disolventes de las preocupaciones cotidianas.

Frases tan sencillas como: “Claro que puedes.” “No pasa nada!” “Claro que sí, adelante!” “Basta de pensar en ello, a otra cosa mariposa!”; que este tipo de expresiones formen parte del discurso interno de la persona pueden ayudar a transitar por la vida con más ligereza y sin engancharse en exceso en pensamientos negativos.

Aprender a relativizar es un arte emocionalmente muy inteligente.

Ya que las emociones son mensajes con un significado, enseña a tu hijo a observarlas, entenderlas, sentirlas y tolerar sin necesidad de actuar sobre ellas, así se reduce su intensidad. Una vez que has aceptado lo que sientes, ya puedes pasar a la resolución del problema (“¿Ok, me siento así, muy bien, no pasa nada, y ahora que hago al respecto?)

Aceptar las emociones

Cuando las emociones se aceptan, su nivel de intensidad baja y la mente está en mejores condiciones para resolver problemas. Enséñale a ser paciente, a observar, entender y regular sus propias emociones. De este modo, mejorará su autocontrol emocional.

Los estudios en este campo han demostrado que la empatía no es suficiente para enseñarle a manejar sus propias emociones, porque para el control emocional necesario dominar otras habilidades de la inteligencia emocional. Enseña a tu hijo a identificar, etiquetar, entender y regular las emociones, ya que favorecerá el “poder” que siente que tiene sobre el/ella mismo/a y sobre su vida. También así se sentirá capaz de resolver los problemas que puedan ir surgiendo en su día a día y que comporten cierta carga emocional.

A través del juego los niños aprenden habilidades, y este es un elemento básico en la vida de un niño, que además de divertido resulta necesario para su desarrollo. El juego puede aportar muchos beneficios, no sólo a nivel psicomotor, sino que puede ayudar a comprender mejor sus emociones.

Por lo tanto, el juego es útil para ayudar a experimentar emociones como la sorpresa, la expectación, la incertidumbre o la alegría; y puede favorecer el desarrollo de la habilidades para la solución de conflictos emocionales (personales e interpersonales).

Cómo reaccionarían otros

Una forma de jugar con las emociones es compararlas con personajes y ver cómo los diferentes personajes reaccionan, contestan y toman decisiones en función de la emoción que representan. Así ellos mismos podrán verse reflejados en los diferentes personajes cuando sientan determinadas emociones.

También puedes jugar a darles concejos inteligentes a los diferentes personajes para ayudarles a resolver sus problemas con sus estados emocionales.

Hasta aquí algunas buenas prácticas para nutrir la inteligencia emocional de nuestros hijos. Seguro que hay más, pero con estas ya haréis mucho trabajo.

Con el tiempo aprenderán a ser mucho más efectivos en la gestión de sus emociones, a permitirse sentir lo que sea necesario sentir, a hacer uso de las emociones a favor de la tarea, a entender que no pasa nada y a relacionarse con los demás desde la proximidad que da percibir y entender las emociones propias y ajenas como estados que condicionan nuestro pensamiento y nuestra energía personal, y que no pasa nada porque vienen y se van, como nubes que a veces llevan lluvia y a veces llevan rayos.


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