El niño que por primera vez va a dormir fuera de casa, sin sus padres, se encuentra como en otro planeta, y siente tanta nostalgia como ET cuando suspiraba “mi casa”. Hay tres factores clave al abordar este problema: la propia historia de cada niño, el valor que se le dé al hecho y las circunstancias en las que se produce. No es igual el caso del niño acostumbrado a estar con abuelos, familiares o vecinos mientras mamá y papá trabajan, que el de quien apenas tiene “vida social”.
Además está el hecho de considerar anormal una situación que puede ser precisamente la normal, y viceversa: ¿Es verdaderamente “raro”el niño que se muestra incómodo ante la perspectiva de pasar una noche fuera de su hogar? ¿O se trata de algo lógico y natural? Finalmente, hay que tener en cuenta la posible tensión del momento, si ha de dormir fuera debido a algún suceso grave, y la forma de actuar de los padres respecto al niño: no se trata de explicarle con pelos y señales el motivo, pero sí de actuar claramente, sin engaños. El adulto que recibe al niño no debe aceptar que le convenzan con engaños como “luego vendremos a buscarte”. Aquí radica a veces el problema: la angustia de separarse momentáneamente de su hijo, y verse obligados a “mentirle”, influye sobre el comportamiento del niño.
Y no es una cuestión de edad: si tiene ocho años y se le obliga contra su voluntad, lo va a pasar mal; por el contrario, si tiene sólo cuatro y desea hacerlo, no habrá problema. Si el niño ha adquirido cierta autonomía emocional no le importará dormir fuera de casa. Fomentar esta autonomía se consigue no interrumpiéndole cuando juega solo, facilitándole el contacto con otros niños y vigilando que en cada posible “crisis vivencial” (un nuevo hermanito o el primer día de guardería) no se produzca un retroceso. Así, es importante el ejemplo que le den: si son sociables o no salen a menudo, si tienen amigos o siempre están en casa… Aunque también influye el carácter del niño: tímido o sociable, curioso o reservado…
Los abuelos son “de casa”
A los niños les preocupan sobre todo las cosas extrañas que pueden encontrar en una casa ajena: si tendrán que comer de todo, si les gustará ese “todo” o qué dirán cuando vean que todavía se chupa el dedo. Por eso, con los abuelos no suele haber pega, pues las cosas se hacen como en casa. Y lo mismo sucede con otro adulto si sus padres dejan “instrucciones” de cómo y qué cosas come, de si el ritual previo a acostarse incluye un cuento o de si se hace pis en la cama.
Si ya de por sí irse a la cama es problemático en casa, no es de extrañar que lo sea fuera. Por ello, hay que preguntarse si se muestra reacio por tratarse de un cuarto extraño o si adoptaría la misma actitud en el suyo. Los anfitriones pueden ayudar a su pequeño huésped siguiendo el ritual y permitiéndole algún “extra”, como alargar el momento de apagar la luz o dejar que duerman juntos. No hay que emplearse frases como “con lo mayor como eres no deberías tener miedo”, y sí permitirle que se lleve su oso favorito o su almohada.
Y si la primera vez que intenta dormir fuera de casa ha ido mal, no hay que volver a proponerlo enseguida. Es preciso entender por qué ha actuado así; si es un paso demasiado grande para él. Lo ideal es esperar a que salga del propio niño, pero podemos ayudarle invitando primero a sus amiguitos a casa.