Al llegar al año 2000, en España había 5.700 personas con más de 100 años. De hecho, hasta hace muy poco, la celebración del siglo de vida era prácticamente un acontecimiento merecedor de reseña en la prensa local. Sin embargo, se cree que para 2050 habrá cientos de miles de españoles que puedan contar esta experiencia.
En todo el mundo, la evolución es sorprendente. Si ahora se registran unos 200.000 centenarios declarados -hay que tener en cuenta que en muchos países es imposible la contabilidad debido a la falta de registros exactos de fecha de nacimiento-, dentro de 50 años el número habrá ascendido a más de 32 millones. Japón se llevará la palma con un 1 por 100 de «superancianos» en su población. Les seguirán, con un 0,2%, Suecia, Suiza y Finlandia. Lee más pinchando aquí.
Vivimos en la generación más longeva de la historia, preocupada por el envejecimiento de la población y el drástico cambio de rumbo de nuestras curvas demográficas, cada vez con menos niños y más ancianos. Pero esta realidad ya la conocemos desde hace tiempo: no es, precisamente, una novedad científica.
España es el segundo país más longevo de Europa. Nuestra esperanza de vida ha aumentado en casi un 40% en los últimos 20 y hoy se sitúa en los 81,9 años (79,2 en los hombres y 85 en las mujeres). Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), la ‘escalada’ va en aumento porque la cifra crece tres meses cada año lo que significa que en 2050 la esperanza de vida será de más de 90 años.
Pero no se trata de llegar a los 100 sin más. Se trata de hacerlo de forma saludable y con calidad de vida. Llegar a soplar tantas velas y hacerlo con salud es un arte que hay que desarrollar. Porque si bien es cierto que la genética juega un papel fundamental en esta carrera, también debemos preocuparnos de la prevención de enfermedades. «Los genes aportan alrededor de un 60% del envejecimiento y el resto depende de los factores ambientales, modificables por personas con buenos hábitos”, apunta el doctor José Antonio López Trigo, presidente de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (SEGG). Ya lo decía Shakespeare: «Nuestro cuerpo es nuestro jardín, y nuestra voluntad es el jardinero». Lee más pinchando aquí.
Y es que, ahora, la nueva revolución médica y social en cuanto a la vejez no se refiere sólo al aumento de la esperanza de vida sino que se ocupa, especialmente, de los que son «más que viejos», los más mayores entre los mayores: los que ya han cumplido 100 años. El centenario, una frontera mítica e infranqueable hace apenas medio siglo, empieza a convertirse en una expectativa realista para cada vez más ciudadanos del planeta, como explica La Vanguardia.
Y para ello, nada como una docena de consejos de los expertos:
- No aislarse. Mucha gente mayor vive sola, pero hay que diferenciar estar de sentirse solo.
- Se pueden aprender cosas nuevas más allá de los 80. Lo demuestra la neurociencia.
- Romper con esa errónea creencia de que el viejo tiene que «estar tranquilo».
- Acceder a la espiritualidad, con religión o sin ella; la colaboración solidaria es una manera.
- Moverse físicamente: estar activos es una premisa fundamental para sentirse bien.
- Mejorar la dieta, elegir cereales integrales, incorporar más verduras de distintos colores.
- Sonreír, al menos cinco minutos diarios. No al ceño adusto y el enojo: son tóxicos.
- No dejar de lado la sexualidad, en pareja o autogenerada. Es psicoinmunomoduladora.
- Trascender las propias limitaciones («no puedo» o «me duele»): a veces, son más mentales que reales.
- Estar en contacto con otras generaciones: los jóvenes necesitan prepararse para la longevidad.
- Ejercer el «abuelazgo»: es una forma de amor que puede devolver la sensibilidad.
- Vestirse con ropa de color. Es estimulante. El negro, si se lo usa en forma cotidiana, deprime.
Ya no sólo se llega a viejo, se llega a ser «muy viejo» y con grandes probabilidades de hacerlo en plenitud de condiciones físicas y mentales. Y, por supuesto, esto supone toda una revolución a la que los médicos, psicólogos, sociólogos y políticos no han acabado de acostumbrarse.